La Cuello

La Cuello no se reía, no saltaba a la cuerda, no llevaba merienda,
ni siquiera se peinaba.
Mi mamá no me deja, le decíamos cuando nos pedía prestadas
las fibras de brillitos. Tu casa queda muy lejos, repetíamos
cuando no le dábamos la invitación para un cumpleaños.
Sabíamos todo de ella. Qué se subía las medias cuando pasaba
al frente, que apretaba fuerte el lápiz, que no usaba colores,
que guardaba los útiles en una bolsa de súper.
Todo sabíamos. Todo. Menos que su madre se había ido
cuando tenía dos años, que su tío le subía la falda algunas
tardes cuando quedaban en su casa, que tenía un padre que
tomaba mucho y que la foto que guardaba en su carterita era
la del hermano muerto en un asalto.
Ella levantaba un hombro, así, diciendo qué me importa
cuando no la elegíamos para hacer grupo y la maestra nos
obligaba a incorporarla en alguno.
La misma maestra que una vez preguntó quién sabía bailar
y la Cuello brilló como una hoguera en el festival de fin de
año.
La misma maestra que le regalaba crayones y le ponía Excelente
a sus pruebas de lápiz apretado fuerte.
Yo era parecida a vos, le dijo un día la seño y le pasó la
mano por el pelo.
Yo era parecida a vos, le dijo y le abrió los sueños para
creer que ella también, ella también un día podía ser como
la seño.

Como vos, Seño.
Marcela Alluz
Brasas
Ed. Sudestada

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